Educación applicada

28/12/2015

Casi todos los días aparece en tu móvil la actualización de alguna aplicación (app) que corrige errores, trae mejoras, refuerza la seguridad, etc. Estamos acostumbrados a recibirlas y las actualizaciones vienen de empresas bien fiables y solventes. De hecho, algunas vienen de las empresas más avanzadas del mundo. Todos sabemos que el sistema operativo X o la aplicación Y necesitarán un periodo de pruebas y adaptación antes de lanzarse a los dispositivos de todo el mundo. También sabemos que, una vez lanzada y puesta a prueba, seguirá actualizándose sin problema. En pocas palabras, no sólo se equivocan, sino que nos recuerdan constantemente que, gracias a los errores, las aplicaciones y los sistemas operativos van mejorando.

Nadie duda de una aplicación por el hecho de recibir actualizaciones. Nadie piensa en borrar una aplicación por pensar que no funciona bien si necesitan actualizarla con frecuencia. Más bien lo contrario: si no recibes actualizaciones de una aplicación durante meses, piensas que algo falla, que la app ha quedado obsoleta, descuidada o abandonada.

Actualízate

Cuando das clase pasa algo parecido: te estás actualizando constantemente y tus alumnos también. Hay errores por todas partes. De hecho, muchos más que en una aplicación, que no deja de ser algo puramente lógico, y no pasa nada. Te apoyas en tus errores y los alumnos se apoyan en los suyos para seguir adelante. Tus actualizaciones son diarias o semanales. Tus alumnos, que van a toda velocidad, se actualizan a cada segundo. De hecho, todo tu centro necesita actualizaciones permanentes. Si pudieras medirlas en forma de actualizaciones de app, tendrían una frecuencia muy elevada y serían muy complejas. Mucho más que añadir unas líneas de código o cambiar unas imágenes.

Por eso llama la atención el miedo que hay tantas veces a equivocarse, desde el punto de vista del docente, y el miedo a equivocarse que se transmite a los alumnos. Es el mismo error que con tanta naturalidad integran en su funcionamiento las apps más sofisticadas, un error que no sólo consideran admisible, sino necesario para avanzar, y nosotros lo escondemos y procuramos arreglarlo sin que nadie se entere, de forma clandestina.

Indicadores del miedo y mitos

Un indicador del miedo al error es la necesidad de aparentar que todo está previsto. Es un miedo a veces alimentado desde la propia formación de docentes, que lanza el mensaje de que ser buen profesional equivale a comenzar el curso con un plan detallado del que no hará falta desviarse. Existe un mito muy poderoso, que es el del docente que tiene respuesta para todas las situaciones y prácticamente nos las puede mostrar en su cuaderno antes de que sucedan. Es un mito, claro, pero pesa mucho en la confianza de muchos profesores que intentan seguir un modelo que no solo no existe, sino que arrasa con una parte esencial de la relación pedagógica.

Existe otro mito, el del maestro ignorante. Está en el extremo opuesto y consiste en pensar que todo puede aprenderse desde el máximo grado de ignorancia, incluso la ignorancia del propio maestro. El mito del maestro ignorante marca una de las grandes contradicciones de la educación, es la que Elisabeth Ellsworth resume en su frase «enseñar es dar aquello que no tenemos». La gran contradicción es esta: reconocer la ignorancia del alumno no hace sino agrandar la distancia entre su ignorancia y el saber del maestro.

Si entre mitos anda el juego, necesitamos pegar los pies a tierra y las apps nos dan una posible respuesta: aprender es equivocarse, adaptarse, volverse a equivocar y volver a adaptarse.

Otro indicador del miedo es la falta de espacios y momentos para intercambiar opiniones, mostrar experiencias,  comentar dificultades, visitar la clase de algún colega, etc. Mientras que las empresas que actualizan sus aplicaciones basan sus mejoras en la comunicación fluida entre todos los departamentos, hay centros educativos que responden de forma preocupante a la fórmula de «las clases son tan importantes, que no nos dejan tiempo para saber lo que funciona o no funciona en las clases.»

Hay más indicadores: la necesidad del adulto de mostrarse seguro de lo que sabe, las sesiones de evaluación que tanto decepcionan a quienes quisieran hablar de personas más que de números, el miedo a abrir el aula a las familias, etc.

Al otro lado

Hay cada vez más docentes que no se resignan a trabajar en este ambiente y saltan al otro lado, convirtiéndose en auténticos ejemplos para las empresas de apps. Plantean la clase como un espacio de trabajo y reflexión colectiva. Asesoran cuando saben y preguntan cuando ignoran. Delegan responsabilidades reales en su alumnado. Abren canales de aprendizaje en todas las direcciones: de alumno a alumno, de alumno a docente y viceversa, del centro al exterior y del exterior del centro a este, etc. Se plantean retos de larga duración cuya superación depende de factores que escapan a su control. Se comunican con colegas, cuentan lo que les funciona y lo que no, recogen documentación que les permite mostrar su trabajo, revisarlo con el paso del tiempo o comentarlo con sus alumnos. Buscan experiencias de formación y herramientas nuevas. Aceptan que otras personas comenten su trabajo y dan su opinión sobre el trabajo de terceros. Cuando sus alumnos cometen errores no piensan en fracasos, sino en  oportunidades para aprender y mejorar.

En una concepción muy pequeñita del aprendizaje, hay quien piensa que perderle miedo al error significa aprobar exámenes en los que las respuestas están equivocadas. La pequeñez de esa visión viene de considerar a los alumnos algo así como el escalafón más bajo del software. Mientras que hay un software sofisticado encargado de tomar decisiones en situaciones nuevas, vendría a decir esta postura, los alumnos ejecutan la otra parte, la parte boba del software, que es la que se encarga solamente de dar respuestas a preguntas previamente grabadas. Pensar que hay quien cree que una app puede equivocarse y mejorar mientras que una alumna no puede hacerlo es descorazonador. Nos hace reflexionar sobre los extremos a los que estamos llevando nuestro concepto de educación.

La forma de disfrutar el error es crear situaciones en las que no solamente se pueda probar distintas cosas, sino que apetezca y que sea necesario probarlas. Hace falta un ambiente distendido y hace falta disponer de tiempo, pero hace falta, sobre todo, que la clase esté en manos de profesionales sensatos, previsores, dispuestos a dar el salto al vacío y confiar en la capacidad de sus alumnos para encontrar esa pequeña anilla de la que tirando con fuerza se abre el paracaídas.

4 respuestas to “Educación applicada”

  1. operamiguel Says:

    O sea, perder el miedo al miedo.


  2. Hace tiempo que no actualizo mis aparatos porque no tienen memoria… En memoria los humanoides damos mis vueltas a los aparatoides: actualicémonos sin fin, vayamos siempre a la última 😉

    • Pedro Sarmiento Says:

      Y al terminar el curso, la profe preguntó a sus alumnos:
      – ¿Qué echáis de menos de vuestra versiones de septiembre 2.0?
      – No sé, la de ahora es mucho mejor, pero aquella la recordamos con cariño

      😉😉😉


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