Pa salir corriendo

16/04/2014

Escribir sobre educación se está convirtiendo en todo un género negro. Escribir sobre educación te permite pintar panoramas lúgubres llenos de personajes culpables, ignorantes, estúpidos o maliciosos. Ya no hace falta leer a Shakespeare o a Beckett. Parece que si te acercas a un instituto o a un cole te va a dar un ictus. Parece que todo está podrido y nada merece la pena. Parece que no tenemos otra cosa que hacer que sufrir, avergonzarnos y darnos golpes de pecho. Oyes, qué alegría, tú.

En esa línea está escrito este texto de hace un par de días en El Mundo. Un texto sobre educación que no deja títere con cabeza y que tiene la maravillosa virtud, oh qué casualidad, de dar a entender que el que lo escribe sí que sabe y sí que hace las cosas bien. También deja en pie una cosa, que son las pruebas PISA. Ahí, en medio del desastre, aparecen como llegadas ellas solitas del cielo a cantarnos la verdad limpia y absoluta sobre todo lo que nos preocupa.

Estimado José: si tienes sentido del humor, que sin duda lo tienes, no hagas tanto esfuerzo por ocultarlo cuando escribes sobre educación. Se puede ver de vez en cuando alguna cosa buena y, ya de paso, se puede también admitir algún defectillo personal. Da credibilidad y ayuda a descongestionarte.

Este pesimismo voraz no es un caso aislado. Es una tendencia y reconozco que a veces a mí también me da la vena oscura. Lo que pasa es que el mundo no está poblado por dos especies antagónicas de docentes que se dan de mordiscos cuando se cruzan. Ser profesor no es ser sólo esto o aquello, no implica adoptar de forma compulsiva una metodología o una idea de la educación unidireccional, excluyente y pendenciera. Se puede ser docente y aplicar una metodología a las nueve y otra a las nueve y media. Eso no quiere decir que valga todo, pero sí quiere decir, por ejemplo, que es falso que la memorización excluya todas las demás cosas (metodologías) y que cualquiera de las demás cosas (metodologías) excluyan la memorización.

El texto defiende la memorización como si no hubiera otra opción verosímil de aprendizaje y como si hoy no se permitiera memorizar en todo el sistema educativo ni las paradas de la línea de metro. Lo que hacen textos como este es generar la falsa idea de que la docencia es una batalla abierta entre dos bandos y que sólo es posible la victoria de uno. No son textos escritos para hablar de educación, sino textos para decir lo malito que está uno y lo poquito que se queja.

La educación es algo más variado y mucho menos rígido de lo que pintan. La LOGSE no es ese ogro con barbas y pezuñas, no os lo creáis, como tampoco es para suicidarse el descubrir que hay una o siete frases sensatas en los textos de las leyes franquistas. Hay gente que trabaja bien, que está contenta, que disfruta, que avanza y que tiene muchas ganas de seguir dando clase.

No te creas la idea de que puede haber cocineros contentos, ejecutivas contentas, guías turísticos contentos o cantantes de pop contentos, pero no docentes contentos. Te lo están diciendo por todas parte, ya lo sé. Lo dicen y lo vuelven a decir y luego publican textos con apariencia de análisis objetivo que lo único que hacen es remachar esta idea. Un día a lo mejor te levantas y lo estás diciendo hasta tú, sin querer.

Los que penséis que todo está tan negro, tenéis un campo fértil en la literatura de terror. Como dirían en Estados Unidos, dadle un break a la educación, porque leyéndoos parece que estamos ante el juicio final.

El discurso de la catástrofe arrastra, no sé por qué, a la afición, y lo hace muy especialmente el de la catástrofe educativa. No hace falta que nos sintamos tan orgullosos de nuestra educación como nos sentimos de nuestra gastronomía, de nuestro patrimonio histórico, de nuestro clima o de nuestro qué sé yo, pero de ahí a lamernos las heridas y sufrir este insondable vacío hay un gran salto, un salto de pértiga con muelle, turbo y trampolín.

Un poquito de alegría, por favor, que con tanto disgusto vamos a salir todos corriendo.

 

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